(Pr)esencia

30 Octubre 2013

Imanol Ibarrondo (coaching deportivo en incoade.com)

Jesús Garay considerado el mejor defensa de la historia del Athletic

Jesús Garay considerado el mejor defensa de la historia del Athletic

Existe un concepto en deporte que define a los grandes defensores. Se llama ‘rigor defensivo’ y está íntimamente relacionado con la actitud. Con querer defender, saber cómo se hace y disfrutar haciéndolo. Significa aplicarse en cada acción defensiva hasta las últimas consecuencias, como si fuera la última de la partido, la más decisiva, la única. Se reconoce con claridad en aquellos defensas que no permiten un centro desde la banda sin echar el resto para evitarlo, que no conceden ni un pase fácil, que no dejan girarse al contrario con comodidad. Se aprecia en ese jugador que no regala una falta en lugares peligrosos y no hablemos de un penalti, que no pierde nunca de vista el balón, ni se gira atemorizado ante un pelotazo, que se lanza con todo a tapar cualquier disparo, que no permite un remate sin oposición, que no pierde una disputa sin pelea. En definitiva, el que que no regala ni el aire que respira al delantero. Defender es, sobre todo, una actitud.

Ser un gran defensa exige, además de excelentes cualidades físicas, un nivel de determinación y presencia en el juego que no está al alcance de cualquiera. Mientras que la primera vive en el corazón, la segunda reside en la cabeza.

Cuando mi entrenador, el legendario Jesús Garay, fabuloso central que el Athletic Club traspasó al FC Barcelona en los años 50 y con cuyo dinero se construyó la Tribuna Sur del viejo San Mames (la Tribuna Garay), me llamaba a voces ‘aviones’ para que volviera a prestar atención, yo lo entendía como un comentario cariñoso. Sin más. A mis 12 añitos no le daba ninguna importancia, pero ahí aparecía ya con absoluta claridad, una de las señas de identidad de mi carrera deportiva. Mi poca Presencia. Por encima del campo de entrenamiento pasaban continuamente los aviones que despegaban y aterrizaban en el antiguo aeropuerto de Sondika y yo me quedaba atontado observando su vuelo rasante y perdiendo de vista el entrenamiento. ‘¡Indio!…¡Aviones!’ me gritaba Garay y yo volvía a controlar mi atención.

Hasta hace pocos años no entendí bien el concepto de Presencia. Lo identificaba mucho con estar concentrado, pero la Presencia es mucho más que eso. Estar presente es no pensar. Es sentir. Es dejar que tu cuerpo haga lo que sabe hacer. Es no interferir con tus pensamientos. Es poder fluir con el juego. Es conectar con la serenidad, con el silencio interno, con lo más profundo de tu ser, con lo mejor que tienes, con todos tus recursos… con tu esencia.… que nunca se pierde, que siempre ha estado (y estará) ahí, al fondo, dormida, esperando a que tú despiertes, para ayudarte a convertirte en lo que podrías ser, en lo que realmente eres.

La Presencia te permite acceder a tu plena conciencia. La señal de que un jugador lo consigue, es que tiene el control total sobre su atención, pudiendo atender tan solo a aquellos estímulos que necesita y evitar distracciones (externas e internas), tanto tiempo como sea necesario, hasta alcanzar su objetivo.

Todos tenemos una capacidad de atención limitada. La diferencia entre unos y otros es que unos son capaces de centrarla intencionadamente como un rayo de energía en una actividad concreta y otros la dispersamos en un montón de movimientos (o pensamientos) aleatorios. La forma y el contenido de la vida, y del juego, dependen de cómo utilicemos la atención.

La atención es como la energía sin la cual no podemos trabajar en nada. Esa energía, bajo nuestro control, es la herramienta más poderosa para mejorar la calidad de la experiencia, de cualquier experiencia. Un jugador que está Presente en el juego, además, atrae y provoca la presencia de sus compañeros. Un ejemplo claro de su efecto altamente contagioso es Puyol. Cuando él está en el campo, todos sus compañeros parecen mejores… porque están más presentes. Su (pr)esencia invoca a la esencia de sus compañeros, a su mejor versión.

Los partidos en los que me sentía presente me sentía como un imán al que llegaban todos los balones. El fútbol parecía más fácil, más sencillo. Estaba tan absorto en el juego que casi podía anticipar lo que iba a pasar en cada momento. Se generaba una sensación de fluidez, como si todo lo que sucediese en el campo estuviese bajo mi control. Esos días, jugar era un placer incomparable, era como tocar el cielo con los dedos, era alcanzar la Plenitud.

Ese es básicamente el efecto de la presencia. Es como un ‘potenciador de la percepción’ que hace que parezcas más rápido, más fuerte e, incluso, te ayuda a tapar tus carencias técnicas ya que te permite anticipar la jugada, lo que te da un ‘bonus’ de tiempo para decidir la acción técnica más adecuada y ejecutarla convenientemente. Presente, eres mucho mejor jugador. Algunas veces, me sentía así.

Los demás días, mi mente, en lugar de centrarse en el juego y ayudarme a mantener la tensión y la concentración necesarias como era su obligación, se distraía dedicándose a boicotearme descaradamente. Me decía cosas como; “seguro que fallas”, “vaya día que tienes”, “fijo que se te va”… y demás lindezas o, sencillamente, se ponía a pensar en otras cosas que, por supuesto nada tenían que ver con el juego en sí. Todo esto me hacía perder confianza y seguridad, me sacaba del partido y, en ocasiones, me llevaba al bloqueo y a la inacción, por miedo a que se cumplieran las negativas previsiones de mi caprichosa mente. Queda claro que pensar es malo y, pensar mucho…muy malo, porque te desconecta del juego y de ti mismo. Pensar te saca de la presencia.

La Presencia, el control sobre tu atención, en un partido, es como la luz en una gran tormenta; viene y se va. El reto consiste en aprender a mantenerla durante la mayor parte del tiempo (los 90 minutos a poder ser) pues el fútbol es un juego imprevisible y, en cualquier momento, se puede dar la acción decisiva, siendo ese instante el que requiere que estés conectado, encendido, concentrado… Presente.

En el fútbol y en otros muchos deportes, siendo la táctica muy importante, finalmente, todo se reduce a un ‘uno contra uno’, en el que tú te la juegas con tu contrario. En el remate, en la entrada, en la disputa, en el regate, en el choque, en la anticipación, en el marcaje o en la estrategia, conseguir que tu mente esté al 100% de tu parte, es vital para ganar ese metro, o esa décima de segundo, que marca la diferencia entre el éxito y el fracaso en el fútbol. Al final, eres tú contra tu rival. Es un duelo y debes ganarlo jugada a jugada, metro a metro, hasta que se rinda y le saques del partido… o él te saque a ti.

Por supuesto que, ese estado ideal de presencia no se alcanza tan solo deseándolo (aunque sí sería un buen inicio), ni tampoco repitiendo una y otra vez “tenemos que estar más concentrados”. Puedo confirmar que tampoco es especialmente eficaz el golpe en el pecho al grito de “¡Joé, hay que estar más puestos!” ni, mucho menos, nombrar a los antepasados de tal o cual jugador para que esté más atento.

Saber cómo eres, cómo te comportas, qué piensas, qué es importante para ti y qué es lo que realmente quieres, qué te da energía y qué te la quita, qué te da miedo, o conocer cuándo y a dónde se va tu mente cuando se despista, resulta fundamental para aprender a mejorar la presencia. Además de técnicas y habilidades concretas, el autoconocimiento es básico para mantener el control de tu atención, manteniendo la mente limpia de parásitos mentales, saboteadores e imágenes negativas y centrándose en el desarrollo eficaz de la tarea. Eso, también es un aprendizaje que se puede y debe entrenar desde las primeras etapas de formación.

En mi opinión, descubrir a tiempo el impacto que la Presencia en el rendimiento, no solamente de los jugadores, también de los entrenadores, puede cambiar el rumbo y la carrera de cualquier deportista. Lo dice un experto… en no estar Presente y en pagar el precio.

En mis últimos años como jugador, ya era bastante capaz de sujetar al potro (mi mente) durante un partido y, cuando notaba que mis ‘saboteadores’ (diálogo interno) amenazaban con desbocarlo, volvía a controlarlo, centrando mi atención en las tareas más sencillas, en lo más básico. En esas ocasiones se trata de simplificar, de ocuparse en lugar de (pre)ocuparse, de evitar complicaciones innecesarias. Sumar y restar que, para multiplicar y dividir, ya habrá tiempo.

 

 

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